El minotauro y la niebla

Espacio de arte, relajo, hueveo, demas y de menos; nunca suficiente para saciarse, pero tampoco completo para aburrirse
Cínico perfecto, es un sueño que espero poder alcanzar

lunes, 24 de noviembre de 2008

solo amor de putas 3


El señor gordo del taxi nos sonrío cómplicemente al subir al auto; “a donde la llevo señorita?” Mientras me hablaba de una nube roja que en la mañana de ayer veía colisionar con otro cúmulo de nubes blancas, pensó ella que el cielo puede estar tan lejos, yo seguía recordando lo de la cucaracha y de cuando en vez sonreía sádicamente, “si, eso debe ser lo que siente dios” decía bajito, y la miraba a ella mirando sus zapatitos chiquitos y gastados y su boca era apetitosa El carro se detuvo con lentitud, como si fuera la penetración de un falo en una zona virgen, la mano de ella se poso sobre mi pierna unos 40 centímetros por encima de la rodilla, y apretó por un instante la piel musculosa y hambrienta, la imaginaba como un sacrificio, y quería profanarla, pero entre sus cabellos hurgué hasta llegar a su nuca, al contacto de mi piel con su calor, giro el cuello, sus ojos me buscaron, en ese marrón de miel había algo triste y desesperado, “no entiendo por que hay cosas que nunca me van a suceder” me dijo a media voz como culpándose, bese su frente como alguien que quiso de alguna manera ser paternal “por que a veces nos da miedo encontrarlas” le susurre mientras bajábamos con lentitud de nieve del auto. Al pagar el taxista gordo me pareció, una de esas bestias mitad cabra mitad hombre, de alguna pintura de Rubens, el contacto con sus dedos sudorosos y rechonchos tenían algo de salvaje, me sonrío con la franquezas de las hienas al devorar su alimento, miró el billete sin sorpresas y al darme el vuelto sujeto mi mano, sentía en el cuerpo aprensión y la necesidad de ofenderme, y por un momento pensé en escupirle el rostro. “¿Por qué la tortuga cruzó la autopista?” Me dijo con aire profundo, entonces trocó la imagen patética en subliminal, y lo imagine con sus luces altas en una pista distante y oscura, con el carro detenido esperando a que la tortuga terminara de cruzar, protegiéndola y respetándola por su hazaña. “Quizás por curiosidad”; le dije y en el momento me soltó la mano

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