El minotauro y la niebla

Espacio de arte, relajo, hueveo, demas y de menos; nunca suficiente para saciarse, pero tampoco completo para aburrirse
Cínico perfecto, es un sueño que espero poder alcanzar

jueves, 2 de agosto de 2007

Un pez en el río


Caminaba una tarde de sol y el horizonte se rallaba de rojo, ella y sus zapatitos de cemento, obstinada criatura obligada al trajín de los horarios que hay que cumplir, su nombre era Sofía pero le gustaba que la llamaran soledad, soledad era esta chica con sus miles de papelitos de colores en el bolsillo de su pantalón, por que soledad se vestía como hombre; tenia un trabajo un sueldo y un horario, su profesión era venderle sueños a las flores que por la tristeza querían marchitarse, y en esto era muy buena, ya que hasta ahora ninguna flor había muerto, un día cuando descansaba a orillas del río rimac, lo vio saltando de piedra en piedra jugando con las gotas cristalinas del río que rompían los rayos del tibio sol (era noviembre recuerdo, por que yo era el pez). Por primera vez se sintió cansada, cansada de la monotonía, hacia calor las hojas susurraban con el viento, la naturaleza verde, mas verde se veía, y el tiempo pasaba con desdén, ella lo entendía todo alrededor, entendía de su traje de oficina, de lo bien que le iba en el negocio, del próximo ascenso, de las nubes que eran vapor, pero no se entendía así misma con esos zapatos de cemento dentro del agua, mirando con profunda tristeza a ese pez con cabeza de perro y sombrero, como si en el hubiera un tiempo que ella hubiese perdido, y el pez (yo), se seguía divirtiendo con las rocas y las aguas cristalinas miro fijamente al animal, sus escamas lilas y doradas, su torpeza infantil al saltar de roca en roca, fríamente lo estudio y entendió la crueldad del momento, el era libre y ella con aquellos zapatitos de cemento, aferrándola a la realidad, obligándola a pisar tierra, le dio la necesidad de revisar sus bolsillos, y en uno de ellos encontró esos papelitos de colores, recordó sus sueños, se quito la ropa, los zapatitos de cemento, y se subió al lomo del pez con cabeza de perro y sombrero, dirigiéndose hacia el mar, ese horizonte rojo que se empezaba a oscurecer y que siempre la estaba esperando

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